El (des) orden mundial
Ningún sistema internacional, desde la paz de Westfalia (1648) pasando
por el sistema de Viena (1815) hasta los que se erigieron luego de las
dos guerras mundiales, han sido puros. Son sistemas híbridos en los que
se han conjugado elementos de balance of power, concierto y hegemonía.
Lo único común a cada uno de los sistemas internacionales existentes en
los tiempos históricos en los que emergieron es que han sido definidos y
edificados por los vencedores.
El de la guerra fría sería corolario de dos visiones encontradas entre
Francia y Gran Bretaña en cuanto al enemigo real (bolcheviques) y el
enemigo potencial (Alemania), luego de la primera guerra mundial. Los
franceses sostenían que la amenaza inmediata era la de sus vecinos
mientras que el Reino Unido siempre vio en el socialismo el enemigo a
vencer. Era lógico. Inglaterra había sido la cuna del modelo capitalista
y la ex Unión Soviética comenzaría a serlo de su opuesto. Eran visiones
ideológicas las que se irían a confrontar una vez finalizada la segunda
guerra mundial.
El primer impase entre los vencedores lo constituiría la guerra de Corea
(1950). Ni siquiera la revolución China había despertado tanta
suspicacia en Occidente como el conflicto entre las dos Coreas. Con la
crisis de los misiles en Cuba (1962) habría que esperar un decenio para
un nuevo quiebre que pondría en peligro el sistema internacional de San
Francisco de 1945.
Luego de la caída del Muro de Berlín (1989) son posicionamientos entre
vencedores los que se disputan en el tablero mundial de la postguerra
fría. Desaparecería la ex Unión Soviética pero la Rusia emergente sería
la heredera de la gran victoria de Stalingrado (1943), la cual marcó el
principio del fin de Hitler. Recordemos que la Primera Guerra del Golfo
de 1990 sería votada sin veto alguno por todos los miembros del Consejo
de Seguridad.
Venezuela en el Consejo de Seguridad
La reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de
estos días nos retrotrajo a los tiempos de la guerra fría y puso a
Venezuela, por primera vez, en la agenda de dicho órgano. Tras la
exposición de la Secretaria General Adjunta de la ONU para Asuntos
Políticos Rosemary Di Carlo, puso el énfasis en la vulneración de los
derechos humanos y en los datos de subalimentación, duplicación de la
tasa de mortalidad infantil y la migración forzada. Estados Unidos a
través de su representante el Secretario de Estado Mike Pompeo, instó a
posicionarse de un lado o del otro, señalando que "es el momento para
que cada nación elija un lado. No más retrasos, no más tretas: o están
con las fuerzas de la libertad o están aliados a Maduro y su caos".
No es la primera vez que la principal potencia hegemónica del mundo
espeta de esta manera en el seno del organismo multilateral. Estados
Unidos logró una mayoría simbólica a favor de sus planes hacia Venezuela
ya que 8 de los 15 miembros se posicionaron a favor de la legitimidad
de Juan Guaidó como supuesto Presidente interino. Sin embargo, no se
votó ni se llegó a ningún acuerdo ya que las decisiones requieren del
voto afirmativo de, al menos 9 miembros y además parece que se quiso
evitar llegar al punto de usar el instrumento del veto. No obstante,
EEUU no necesita más que esa victoria simbólica en el Consejo para
continuar sus planes bajo el argumento de la democracia. El gobierno de
Nicolás Maduro se lo puso bastante fácil al iniciar a partir del 2016
una deriva de concentración de los poderes. También se habló de países
satélites como en los tiempos de la Guerra Fría, habiéndose inclinado
Rusia y China al lado del Gobierno del Nicolás Maduro.
Por otro parte, el canciller venezolano Jorge Arreaza se defendió
argumentando la orquestación directa de un golpe de Estado por parte del
Gobierno de Trump, mediante la maniobra política de la autoproclamación
por parte del Presidente de la Asamblea Nacional, amparándose en el
artículo 233 de la Constitución Bolivariana. El día 23 de enero del año
en curso, miles de venezolanos descontentos por la situación social
insostenible salieron a las calles para demostrar su descontento. ¿A
quién corresponde la legitimidad democrática? ¿Cuáles son los planes e
intereses verdaderos del gobierno de los Estados Unidos? ¿Qué intereses
tienen China y Rusia en Venezuela? ¿Qué responsabilidad tiene el
gobierno de Nicolás Maduro en este desenlace? ¿Cuál puede ser una
solución que no conduzca a una guerra civil?
Polarización de los discursos y de las acciones
La visión binaria de buenos y malos ya la vimos en los tiempos de mayor
tensión entre la ex Unión Soviética y los Estados Unidos, tal como lo
apreciamos en la sesión del Consejo de Seguridad. También constituiría
la característica principal del sistema internacional luego de los
atentados terroristas del año 2001. Por otra parte, esa perspectiva ha
sido una constante en las principales crisis que le ha tocado vivir a
Venezuela desde que Hugo Chávez llegó la Presidencia de la República en
1999. Pero la realidad es que los intereses de los actores en juego no
han hecho más que ocultar la verdadera contradicción de los hechos
apelando al pragmatismo sacrosanto de la política y las relaciones
internacionales.
Se ha fabricado una polarización ideológica que no tiene una base real
en el país. Esta perversa diatriba realista ha sido auspiciada por
diferentes actores que se interrelacionan desde lo local hasta lo
global. Gobierno y oposición junto a los aliados regionales y mundiales
de cada lado, pugnan por sus intereses geopolíticos y económicos que son
los que están verdaderamente detrás de un conflicto que no es
ideológico ya que ni siquiera existe un debate sobre el dilema
socialismo versus capitalismo. Esa discusión ya quedó atrás y Venezuela,
a diferencia de Cuba en su momento, jamás cruzó las fronteras del
capitalismo de Estado.
En vista de la situación, consideramos que el gobierno de Nicolás Maduro
si es que le queda algo de pudor, debería aceptar la realidad del
socavamiento de su legitimidad a partir del triunfo parlamentario de la
oposición en diciembre 2015 con relación al creciente autoritarismo, al
desmantelamiento de la división de los poderes, a las muertes impunes, y
abandonar su inflexibilidad y empecinamiento por mantenerse en el poder
a cualquier precio, incluso en estos momentos en el que se está al
borde de una guerra.
Cualquier gobierno responsable debería aceptar que, independientemente
del grado de incidencia que haya podido tener la guerra económica, ésta
debería ser una razón más para renunciar en virtud de no haberla sabido
encarar y combatir reconociendo que ha perdido la batalla de la gestión
pública del país. Debería reconocer que la ciudadanía venezolana se
expresó de forma clara el 23 de enero del 2019, más allá de las
maniobras políticas de Estados Unidos y de un sector radical de la
oposición venezolana.
Nicolas Maduro debería tener en cuenta que en el marco del realismo de
las relaciones internacionales, al momento de perder apoyo de sus
principales sostenedores China y Rusia, por razones pragmáticas ya no
tendrá nada que buscar aferrándose al poder. Será desechado por parte de
rusos y chinos como lo fue Crimea y Osetia del Sur por parte de los
Estados Unidos en su momento. Los vencedores terminan negociando sus
áreas de influencia antes de ir a una confrontación innecesaria por
mampuesto.
La legitimidad democrática
En este ámbito reside la legitimidad democrática como potencia y no en
los poderes constituidos conservadores que en todo caso se moverían en
los términos de legalidad, siendo este un terreno en el que los
jurisconsultos tarifados de un lado y otro encontrarán siempre elementos
normativos para justificar sus posiciones. No obstante, el asunto aquí
es más político que jurídico.
En nuestro criterio, la legitimidad democrática es otra cosa. La vimos
en las calles de Caracas en el año 2002 para enfrentar al golpe de
Estado de Carmona pero también estuvo presente el día 23 de enero del
2019. La ciudadanía hastiada ya no está dispuesta a que se les siga
gobernando de la vieja manera y el bloque de poder no puede continuar
gobernando pues su gestión fracasó.
Debemos decir que lastimosamente los dirigentes del llamado socialismo
del siglo XXI venezolano no aprendieron ni asimilaron el significado del
fracaso de los socialismos burocráticos del siglo XX. Quedándose en el
panfleto, en obras inconclusas, en ausencia de un proyecto real y serio
de país, fueron incapaces de revolucionar al Estado y a la economía
desde la democracia como proyecto en construcción. Solo por eso deberían
de irse. Una parte de la izquierda, cayendo en el juego del
imperialismo/antiimperialismo y que aún apoyan al gobierno de Nicolás
Maduro, por acción u omisión, tampoco ha comprendido que las conquistas
liberales de la división de los poderes en la Revolución Francesa no
pueden superarse con bonapartismo, concentración y tendencia al partido
único sino con más independencia de los poderes y, sobre todo, con más
democracia directa para elegir y revocar.
edula7@hotmail.com
vaguilar21@hotmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario