lunes, 2 de octubre de 2017

La Primera Rebelión Popular del Siglo XXI en Venezuela. Vladimir Aguilar

“La primera rebelión popular del siglo XXI en Venezuela” o la necesidad de llamar las cosas por su nombre.

Vladimir Aguilar Castro
Universidad de Los Andes

Mucho se ha escrito y dicho sobre lo acontecido entre abril y julio 2017 en Venezuela. Hubo caracterizaciones del momento político y, sobre todo, categorizaciones que poco o nada han contribuido a delinear un plan de acción claro para el movimiento popular venezolano.

Ha sido Mario Benedetti en su poema “No me cambies las palabras” quien ha dicho que “…no me gaste las palabras, no cambie el significado, mire que lo que yo quiero lo tengo bastante claro…”. Una última estrofa sentencia: “no me ensucie las palabras, no le quite su sabor y límpiese bien la boca si dice revolución”.

Tenemos en Venezuela, desde el inicio del proceso político actual en el año de 1998, un asunto pendiente por resolver que tiene que ver con el uso de las palabras las cuales forman parte del lenguaje político nacional.
En nuestra opinión, varias han sido las falacias que han acompañado las más disimiles conjeturas.

Democracia versus Dictadura
La utilización en los últimos tiempos de la palabra Dictadura para denotar
la deriva autoritaria del gobierno no se corresponde con la posibilidad (limitada) de expresarlo pública y abiertamente. En otras palabras, la Dictadura del actual régimen político es proporcional a la inexistente “revolución” bolivariana.

En el relato de quienes han dirigido la nación existe la pretensión convertida en intención de que estamos en pleno desarrollo de cambios paradigmáticos a escala nacional. A la par de la idea de rebelión popular cabalga la de revolución social, sirviendo ambas para la movilización de contingentes
de masas en favor de un lado y de otro.

Estamos frente a la fantasía de dos narrativas cuyo único efecto ha sido el de lograr la polarización política que cronológicamente ha llevado al choque episódico y violento de la sociedad.

Democracia y Dictadura vendrían a ser dos caras de la misma moneda dependiendo de quien la asuma y reivindique. Tal como lo expresa Etienne Balibar (2017), “la relación de fuerzas entre las tendencias de democratización y las tendencias de desdemocratización que determina
la posibilidad de la política activa, se han invertido decididamente. Pero esto constituye también un manifiesto elocuente y elaborado a favor de formas innovadoras de renacimiento democrático, sobre todo en términos de recreación de una esfera pública y una reafirmación de los derechos de los “muchos” (que también están hechos de muchas diferencias), que se ven a
sí mismos pauperizados y marginados por la antipolítica”[1].


Elecciones versus Abstencionismo
Las elecciones siempre estuvieron presentes en la hoja de ruta opositora incluso antes de la propuesta de referéndum revocatorio del año 2016.
Pero sobre todo, formaron parte de las negociaciones entre el gobierno y
la oposición llevadas a cabo en diciembre de ese mismo año. Sin embargo,
la inconsistencia y permanente cambio de las estrategias opositoras han terminado por el fortalecimiento de la gestión gubernamental.

El extravío de y en la táctica de los adversarios ha sido consustancial con
el acoplamiento por ensayo y error de una acción de gobierno insostenible desde el punto de vista de sus condiciones materiales, pero muy lejos todavía de lograr un cambio en las subjetividades colectivas nacionales.

Pueblo versus Pueblo
Ambas facciones confrontadas de la sociedad venezolana se erigen como representantes del pueblo. Las dos reivindican la representación popular de una soberanía que no es tal pues cada uno puja de acuerdo a sus intereses de turno. Lo cierto es que el pueblo no es unívoco. Hay más bien pluralidad de pueblos siendo mayoría el que impávidamente asiste en la tribuna del juego político al pitazo final de la idea de nación.

En un intento de paralelismo de la supuesta rebelión popular venezolana del 2017 con el Mayo francés de 1968, Jean Luc-Nancy (2001) afirma que, “el 68 no fue ni una revolución, ni un movimiento de reformas (si bien fueron sus consecuencias infinidad de ellas), ni una impugnación, ni una rebelión, ni una revuelta, ni una insurrección, aunque puedan encontrarse en él rasgos de todas esas posturas, postulaciones, ambiciones y expectativas”[2].

Bonapartismo y razón de Estado
Jean Jacques Rousseau afirmaría que si hubiera un pueblo de Dioses se gobernaría democráticamente. En efecto, desde hace tiempo Venezuela se debate entre dos ausencias: la razón de Estado versus la razón del demos
lo cual ha conllevado a una conjura permanente entre razones que se contraponen.

La democracia como experimento de pluralidad humana ha sido circunstancial en la historia republicana de nuestro país. Su excepcionalidad ha estado acompasada por tiempos de rupturas que han terminado por comprometer el proyecto democrático en cualquiera de sus formas, variantes y manifestaciones.   

El Bonapartismo vendría a ser la expresión más reciente de dicho experimento. Definido como la concentración de poder en manos de una persona (el poder ejecutivo), como forma política se suma a la ya larga historia de mesianismos que han ocupado gran parte de la historia política nacional a lo largo del siglo XIX, XX y lo que va del XXI.

El país entró en un nuevo siglo con los correlatos de otrora dándole una connotación atávica a lo político en pleno siglo XXI. Tanto lo que surgió como propuesta como lo emergido como reacción se encuentra alojado en el imaginario de un colectivo que sucumbe entre saltos y regresiones.

Lo que valdría la pena escudriñar es si finalmente se trata de algo inmanente a la condición democrática lo que vendría a determinar esa permanente diatriba entre el ser y deber ser de la política[3].

El quid de nuestro drama
Más allá de la coyuntura lo cultural sigue sosteniéndose en la noción de un país extractivista en las ideas y en sus formas de acumulación de lo único que se produce en Venezuela: petróleo.  

Lo anterior plantea un asunto pendiente en la agenda nacional para los próximos tiempos: la crisis actual es sobre todo una crisis de carácter estructural y cultural, es decir, el modelo de acumulación extractivo fundamentado en el principio de la res nullius (tierra de nadie) que tiene una manifestación en las relaciones sociales cuya expresión es una suerte de lapsus mentis (olvido de todo/ausencia de identidades). Sobre esta última cabalga el concepto de condición humana[4].

Epilogo: los sacrificados de siempre
A propósito de la condición humana los sacrificados de siempre de nuevo vuelven a ser los indígenas. Primero por parte del gobierno impugnando la representación indígena de Amazonas electa como parlamentarios en las elecciones de diputados de diciembre 2015, y luego por parte de la oposición en la mesa de negociaciones de diciembre 2016.

Esto último evidencia los límites de una democracia cuyo principal desafío lo constituye la posibilidad de erigirse en el único resorte vigente para la convivencia de las pluralidades humanas.

Podríamos junto a Alan Badiou (2017)[5] afirmar que si bien la verdadera vida (democracia) no siempre está presente, nunca está completamente ausente. La verdadera vida (democracia) está por lo menos un poco presente.

En Venezuela, la original rebelión popular pendiente es la superación (rebelión) de nuestra insólita cotidianeidad.

Etnografía política y jurídica en Atabapo. Vladimir Aguilar

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